miércoles, 21 de mayo de 2014

Los generales de Napoleón (I): Charles de la Bédoyère



Charles Angélique François Huchet (1786-1815), conde de la Bédoyère, fue uno de los generales más jóvenes de Napoleón. A pesar de pertenecer a una familia bretona de tradición monárquica, la Bedóyère fue un enamorado de los ideales de la Revolución. Ingresó en el Ejercito en 1806 y un año más tarde combatió en Prusia y Polonia, siendo ascendido a teniente e ingresando en el 11º regimiento de Chasseurs à cheval. En 1808 participó en la Guerra de la Independencia española como ayudante de campo del mariscal Lannes, resultando herido en la batalla de Tudela y siendo posteriormente ascendido a capitán. Será herido nuevamente en la batalla de Aspern-Essling, en 1809, y tras la muerte del mariscal Lannes se convirtió en ayudante de campo de Eugène de Beauharnais, hijo adoptivo de Napoleón.

Durante la campaña de Rusia, La Bédoyère participó en las batallas de Moscú y del Berézina, siendo ascendido a coronel. En 1813 contrajo matrimonio con Georgine de Chastellux, de familia monárquica. Ya en marzo de 1814, tomará parte en la defensa de París. Tras el exilio de Napoleón, la Bédoyère mantendrá su lealtad y abandonará el Ejército por un tiempo, si bien acabó aceptando el mando del 7º Regimiento de Línea estacionado en Chambéry (Saboya). Sin embargo, cuando Napoleón regresó a Francia, la Bédoyère y sus tropas desertaron del Ejército realista, poniéndose al servicio del emperador y ocupando Grenoble. Napoleón le recompensó con el ascenso a general. En la campaña de los cien días actuó como ayudante de campo del emperador, combatiendo en Ligny, Quatre Bras y, por último, en Waterloo.

A pesar de la amnistía decretada tras la segunda restauración, la Bédoyère fue arrestado y condenado a muerte. Había previsto su huida a América, pero fue capturado en París cuando acudió a despedirse de su mujer e hijo. Al igual que el mariscal Ney, él mismo dio la orden de abrir fuego a su pelotón de fusilamiento el día 19 de agosto de 1815. Tenía 29 años.




FUENTES

jueves, 15 de mayo de 2014

El Pacto Ibérico (1942): Franco y Salazar ante la Segunda Guerra Mundial


Serrano Suñer, Franco y Salazar, en el encuentro de Sevilla de 1942. Fuente: ABC.

En marzo de 1939, los representantes de Portugal y la España de Franco firmaban el Tratado de Amistad y No Agresión, en plena escalada de tensión internacional y ante un futuro incierto marcado por numerosos interrogantes que podrían llevar a un nuevo conflicto en la Península Ibérica.

Las relaciones entre España y Portugal habían pasado por una mala etapa durante la II República, debido al antagonismo existente entre el modelo de república burguesa y democrática y el dictatorial Estado Novo portugués. De ahí la ayuda logística, diplomática y militar -envío de los "viriatos"- prestada por el país luso al bando nacional durante la Guerra Civil. Sin embargo, a comienzos de 1939, los recelos parecían aumentar por ambas partes. Desde Lisboa se comenzó a percibir los peligros de la afinidad de la España franquista con Alemania e Italia, países con los que además había contraído una importante deuda durante el conflicto fratricida. Eso por no mencionar el discurso imperialista del ideario falangista, que fijaba su ambición hacia Portugal, Gibraltar y el norte de África. En cambio, desde Madrid se desconfiaba de la tradicional alianza luso-británica, que amenazaba el costado español en el supuesto de un conflicto internacional cuando todavía no había finalizado la Guerra Civil.

Dos figuras fueron fundamentales en la antesala del Tratado: Nicolás Franco, hermano del dictador; y Pedro Teotónio Pereira, hombre de confianza de António de Oliveira Salazar. Desde 1938, ambos prepararon el terreno para el acuerdo con las negociaciones de Burgos y Monte Caramelo (1). En marzo de 1939 se firmaba el Tratado, al que siguió su Protocolo Adicional de julio de 1940, con los cuales ambas partes trataban de neutralizarse como amenaza. Como diría H. de la Torre, la apuesta salazarista se basó en  "neutralizar el espacio peninsular" (2).


Gómez-Jordana, ministro de Asuntos Exteriores
entre 1942 y 1944.

 No obstante, estos acuerdos no impidieron que España estuviese a punto de entrar en guerra junto a Alemania e Italia. Es bien sabida la actitud inicial del régimen franquista durante la Segunda Guerra Mundial, claramente proeje, y el hecho de que permaneciese fuera de la conflagración mundial debe achacarse más bien a la actitud de Alemania. Sin embargo, la prolongación del conflicto y los reveses sufridos por el Eje llevaron a España a una actitud más cautelosa. En el marco de una nueva estrategia de aproximación a los Aliados y reafirmación de su neutralidad, las autoridades españolas vieron en Portugal una vía de comunicación con las potencias aliadas. Todo ello culminó en el encuentro de Franco y Salazar en Sevilla, en febrero de 1942. Tras el nombramiento del proaliado Francisco Gómez-Jordana Sousa como ministro de Asuntos Exteriores, en diciembre se creó el Bloque Ibérico. Si Portugal firmaba el nuevo acuerdo con el visto bueno de Gran Bretaña, no es menos cierto que Franco sabía que Churchill no sería excesivamente duro con un régimen anticomunista como el suyo. En definitiva, el Pacto Ibérico aseguró las fronteras de la Península Ibérica, e influyó en el mantenimiento de ambos países fuera de la conflagración mundial. No obstante, hubo otros factores determinantes que mantuvieron a España fuera de la Segunda Guerra Mundial.

El Pacto Ibérico resultó beneficioso para España una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Portugal, valiéndose de su influencia internacional, otorgará un importante apoyo diplomático a una España repudiada internacionalmente. Para H. de la Torre, a pesar de haber surgido en un contexto de tensión, el tratado debe insertarse en una fase de buena voluntad entre Portugal y España para poner fin a su tradicional distanciamiento (3). La Revolución de los Claveles de 1974 pondría fin al Pacto Ibérico, si bien en 1977 se firmó el Tratado de Amistad y Cooperación.


(1) CARCEDO, D.: "Franco y Portugal. Treinta años de relaciones entre dos dictaduras" en Historia y Vida, nº471, p.73.
(2) TORRE, H. de la: "La relación hispano-portuguesa en el siglo XX" en TUSELL, J. y AVILÉS, J.: La política exterior de España en el siglo XX. Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, p.170.
(3) Ídem, p.172.


FUENTES


CARCEDO, D.: "Franco y Portugal. Treinta años de relaciones entre dos dictaduras" en Historia y Vida, nº471, pp.70-79.

TORRE, H. de la: "La relación hispano-portuguesa en el siglo XX" en TUSELL, J. y AVILÉS, J.: La política exterior de España en el siglo XX. Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pp.159-186.


viernes, 9 de mayo de 2014

"Waterloo" (1970): La última batalla de Napoleón, en el cine


Escena en la que Napoleón (Rod Steiger) firma el tratado de Fontainebleau de 1814.
El cuidado de la estética es una de las marcas de la película.

Waterloo es una película fascinante. Un verdadero clásico del cine, aunque un tanto maltratado debido a sus pobres resultados en taquilla. De hecho, hay quien culpa a esta producción ítalo-soviética de haber llevado a Stanley Kubrick a desechar su faraónico proyecto de película sobre Napoleón. Cosas de la vida. De todos modos, Waterloo es un film que hará las delicias de los aficionados al cine bélico ambientado en la época napoleónica, de obligado visionado en versión original ya que el monótono doblaje al castellano lastra notablemente la grandilocuencia de sus personajes.

Producida por Dino de Laurentiis, la dirección corrió a cargo de Sergei Bondarchuk, tras el éxito de su anterior película, Guerra y Paz, premiada con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1968. Así mismo, contó con un reparto de primera categoría aunque quizás no demasiado comercial, donde destacan Rod Steiger (Napoleón), Christopher Plummer (Wellington), Orson Welles (en un breve pero contundente papel como Luis XVIII) o Dan O' Herlihy (encarnando al parecidísimo mariscal Michel Ney).

Dan O' Herlihy en el papel del enérgico mariscal Ney.

Guión

Un guión sólido, excelentemente documentado, que busca recrear los hechos históricos que representa con fidelidad y detalle, tomándose pocas licencias (aunque alguna hay). En cuanto a la estructura del film, a modo de prólogo, arranca con la imagen de un Napoleón forzado a abdicar por sus mariscales. Tras los créditos iniciales, combinados con imágenes del emperador en un barco rumbo a Elba, se distinguen dos grandes bloques. El primero, protagonizado por Napoleón o, si se quiere, el bando francés, muestra el regreso del emperador, así como sus intentos por evitar la guerra. Un segundo bloque, el de la batalla propiamente dicha, se presenta bastante equilibrado mediante el binomio Napoleón-Wellington. Fundamental la escena del baile, quizás un tanto tediosa pero necesaria -que a mí personalmente me recuerda a la de El Gatopardo-, pues sirve como transición entre ambas partes del film, al tiempo que refleja la lentitud de los británicos frente a un Napoleón que ya había cruzado la frontera.



Teatralidad

La interpretación de Rod Steiger como Napoleón es sublime, en mi opinión la mitad de la película. Consigue reflejar las contradicciones y pesares de un emperador cansado y enfermo, pero que aún conserva destellos de su vibrante genialidad. Steiger combina energía y languidez, retratando esa doble vertiente inherente a la condición humana: el Napoleón público, enérgico y carismático; y el Napoleón privado, el que sufre, duda y mira hacia el pasado con melancolía. Un Napoleón, en definitiva, humano, sin idealismos. El único toque épico lo aporta la magnífica banda sonora de Nino Rota.




El detalle

Un film cargado de simbología, de cuidada estética y gusto por los detalles. Memorable la escena en la que Napoleón avanza hacia el 5º Regimiento de Línea. Lejos de idealismos, se refleja a un hombre terrenal, con barba de varios días y el ropaje deslucido por el polvo del camino. La estética de la época se refleja no solo en los uniformes (perfectos, si los comparamos con producciones muy posteriores como el notable telefilm Napoleón), sino también en decorados (castillo de Hougoumont, por ejemplo), frases y conversaciones plasmadas tal y como han quedado recogidas en los libros y documentos de la época, o la formación de las unidades. Mención especial merece la caracterización de los personajes, con parecidos muy logrados en buena parte de los casos. Ese afán por el detalle llevó a los realizadores a tomar obras pictóricas como referente a la hora de recrear escenas tales como la carga de los Scots Greys.


Plano que recuerda a la obra Scotland Forever! de Lady Butler (1881).



Espectacularidad

Durante el rodaje se emplearon miles de extras, de hecho soldados del Ejército Rojo encarnaron a las tropas británicas. Esta recreación masiva, conjugada con el magistral empleo de la cámara por parte de Bondarchuk, brinda a los espectadores unas imágenes impresionantes, en un tiempo en el que no existían efectos digitales. Grandiosa la escena que recrea la carga de caballería de Ney con miles de jinetes. Esa grandiosidad también se puede apreciar en el siguiente fragmento, uno de los momentos cumbre de esta gran desconocida que es Waterloo.




FUENTES


Blog de Cine Bélico e Histórico del Major Reisman 

IMDb

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